jueves, julio 19, 2007


Después de la alegría

que tú, dulce sol de oro,

derramaste en la fronda misteriosa

de mi doliente corazón-¡tan solo!-,

arrullada de un pájaro ilusorio.

Te ibas, en una gloria

de ocasos alegóricos,

volviendo la cabeza pensativa,

que daba a lo imposible su trastorno,

mezclados la sonrisa, tristemente,

y el llorar, en tus labios y en tus ojos.

Se quedó el corazón sombrío y frío,

morado y húmedo en el fondo,

dorado rosamente en su alto éxtasis

de la ilusión de ti, divina como

una ilusión de sol en la hoja última

de un árbol de otoño.

J. R. Jiménez