domingo, septiembre 20, 2009




Se deja de querer



Se deja de querer, y no se sabe
por qué se deja de querer:
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.

Se deja de querer, y es como un río
cuya corriente fresca ya no calma la sed;
como andar en otoño sobre las hojas secas,
y pisar la hoja verde que no debió caer.

Se deja de querer, y es como el ciego
que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren;
o como quien despierta recordando un camino,
pero ya sólo sabe que regresó por él.

Se deja de querer, como quien deja
de andar por una calle, sin razón, sin saber;
y es hallar un diamante brillando en el rocío,
y que, ya al recogerlo, se evapore también.

Se deja de querer, y es como un viaje
detenido en la sombra, sin seguir ni volver;
y es cortar una rosa para adornar la mesa
y que el viento deshoje la rosa en el mantel.

Se deja de querer, y es como un niño
que ve cómo naufragan sus barcos de papel;
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.

Se deja de querer, y es como un libro
que, aun abierto hoja a hoja, quedó a medio leer;
y es como la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así supimos que se marcó en la piel.

Se deja de querer, y no se sabe
por qué se deja de querer...


Buesa

martes, septiembre 08, 2009



Poema del desencanto
José Ángel Buesa


Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora.
Como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora;
No valías la pena.

Ya llegaba el otoño y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.

Te di a guardar un sueño pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste pero es cierto. Por ser cierto es tan triste.
No valías la pena.

Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una cadena.
Pero hoy puedo decirte, sin rencor ni despecho;
No valías la pena.

Me alegré con tu sonrisa; me apene por tu llanto,
sin pensar que eras mala, sin creer que eras buena.
Te canté en mis canciones y a pesar de mi canto.
No valías la pena.

Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo simplemente;
No valías la pena.

lunes, septiembre 07, 2009



El arma que te di pronto la usaste

para herirme a traición y sangre fría.

Hoy te reclamo el arma, otra vez mía,

y el corazón en el que la clavaste.


Si en tu poder y fuerza confiaste,

de ahora en adelante desconfía:

era mi amor el que te permitía

triunfar en la batalla en que triunfaste.


Aunque aún mane la sangre del costado

donde melló su filo tu imprudencia,

ya el tiempo terminó de tu reinado.


Hecho a los gestos de la violencia,

con tu mala costumbre ten cuidado:

tú solo no te hieras en mi ausencia.

A. Gala

domingo, septiembre 06, 2009



Tú acompañas mi llanto, marzo triste,

con tu agua.

- Jardín, ¡cómo tus rosas nuevas

se pudren ya en el fondo de mi alma!-

Indiferencia y frío.

Las imágenes castas

que coloreé en el fondo

de mi ilusión romántica,

mezclan su color, pálidas pinturas,

en la lágrima cálida y callada.

¡Oh todo lo que iba

a ser mío!

Pasó todo.

¡Qué falsa

verdad la de un instante, vida!

Me parece

que fuiste, amor, estatua

de nieve que la primavera,

como a su cielo gris, deshace en lágrimas.

J. R. Jiménez

sábado, septiembre 05, 2009


EN LO PENOSO DE ESTAR ENAMORADO


¡Qué verdadero dolor,
y qué apurado sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué cuidados a millares!
¡Qué encuentros de pareceres!
¡Qué limitados placeres,
y qué colmados pesares!

¡Que amor y qué desamor!
¡Qué ofensas, qué resistir!
¡Qué mentiroso vivir,
qué puro morir de amor!

¡Qué admitidos devaneos!
¡Qué amados desabrimientos!
¡Qué atrevidos pensamientos
y qué cobardes deseos!

¡Qué adorado disfavor!
¡Qué enmudecido sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué negociados engaños
y qué forzosos tormentos!
¡Qué aborrecidos alientos
y qué apetecidos daños!

¡Y qué esfuerzo y qué temor!
¡Qué no ver, qué prevenir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué enredos, ansias, asaltos,
y qué conformes contrarios!
¡Qué cuerdos, qué temerarios!
¡Qué vida de sobresaltos!

Y que no hay muerte mayor
que el tenerla y no morir.
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

Quevedo